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El Perú cumple hoy 197 años de vida independiente. Fue un día sábado como hoy de 1821, en que don José de San Martín la proclamó, aunque el primer grito lo hizo en el histórico Balcón de Huaura el 27 de noviembre de 1820, tan solo ocho meses antes de ingresar en la capital. Había llegado hasta esa emblemática ciudad del norte de Lima donde levantó su cuartel general, para luego preparar la estrategia hacia Lima. Con una rica y milenaria historia, la peruanidad fue una consecuencia del sincretismo precolombino y español, teniendo al mestizaje como la mayor expresión de la futura nación peruana. A lo largo de estos casi dos siglos, hemos vivido con momentos de sobresalto y de status quo, en que militares y civiles tuvieron a su turno la oportunidad de dirigir los destinos de la Patria. Hemos tenido una clase política, en general, dominada por el caudillismo y penosamente ausente del enorme derrotero como compromiso para emprender el desarrollo nacional. Al contrario. Nuestros políticos, nuestras burocracias e intelectuales en gran parte vivieron solo para su tiempo y sin perspectiva sumergidos entre rótulos y etiquetas, como los imputó Mariátegui. Soportamos conflictos internos tan impactantes como la crisis del Directorio (1842) o el año de la barbarie (1932), como las guerras que tuvimos con Chile (1879) y Ecuador (1941, 1981 y 1995).

Sentimos los estragos y las frustraciones de negociaciones sin carácter que nos hicieron perder territorio, pero aún con todo eso, la República jamás doblegó ni sucumbió al anarquismo. No invertimos en enaltecer el ego nacional, luego del menoscabo que nos produjo la guerra con Chile. Fue una imperdonable desidia como muchas otras achacadas a nuestros políticos costeños, centralistas y europeizados que nunca apostaron por su Patria. Y en ese largo caminar la corrupción, como ahora, siempre estuvo presente. Nos queda, entonces, a TODOS aquí y ahora solo dos caminos mirando el Bicentenario en prospectiva: la esperada refundación de la República, o seguir sumergidos en la República inconclusa a la que se refiere el publicista Raúl Chanamé Orbe en su formidable libro con ese nombre.

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