El segundo año de gestión de Pedro Castillo parte con la absoluta certeza de que no llegará a un segundo año ni un tercer mensaje presidencial. Se trata de un régimen inviable en muchos sentidos pero, sobre todo, que incurre en insostenible por el carácter inmoral que significa tener en la presidencia de la República a un personaje íntimamente vinculado a la corrupción y que indubitablemente se ha dedicado a liderar el saqueo del Estado. Es en ese contexto que empieza a destacar el rol de la fiscal de la Nación, Liz Patricia Benavides.

En medio de un Congreso alcanzado por la telaraña corrupta que se teje desde Palacio, la Fiscalía de la Nación ha adoptado una serie de decisiones oportunas y eficaces, como la conformación de un equipo especial de la policía -liderado por Harvey Colchado- y ha logrado, por mérito absoluto, la captura de Bruno Pacheco, un personaje clave, más aún que los colaboradores eficaces Karelim López y Zamir Villaverde.

Tras las revelaciones de Pacheco, el gran talón de Aquiles que debe acabar con este gobierno de malandrines, debe seguir, por parte de  Benavides, las detenciones preliminares que esta retahíla de casos inmundos amerita. ¿Qué hace libre el dueño de la casa de Sarratea, Alejandro Sánchez? ¿Cómo sigue dirigiendo su clínica, La Luz, Fermín Silva? ¿Es dable que Beder Camacho se mantenga como subsecretario del Despacho Presidencial? No le debe temblar el pulso, y estamos seguros que será así, a la fiscal de la Nación si debe ir sobre el cogollo palaciego y apuntar a Lilia y Yenifer Paredes, teniendo en cuenta la proclividad al escape que caracteriza a esa nefasta familia. Mínimo, un impedimento de salida del país, es urgente.

Desde todos los frentes, los defensores de la democracia y del estado de Derecho, de la moral y la institucionalidad, debemos estar en ristre y listos para respaldar las acciones de Liz Patricia Benavides.