Sigue provocando comentarios el regalo que hizo el presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, al papa Francisco: un crucifijo que tiene la forma de una hoz y un martillo y que fuera réplica de la obra del jesuita Luis Espinal. Este episodio me ha evocado el primer día cuando ingresé en la cuatricentenaria San Marcos, allá por los años ochenta. En esa ocasión con la cabeza totalmente rasurada (“coco”) llegué suelto, pero ansioso, por lo que encontraría y lo primero y que más vi en las paredes de los pasillos de las Facultades y en los interiores de las grandes aulas sanmarquinas fue precisamente la hoz y el martillo. Muchos creyeron que las pintaba únicamente Sendero Luminoso -sabe Dios a qué hora- pero eso no era verdad. Las agrupaciones de izquierda que dominaban algunos de los patios en la ciudad universitaria y que eran diversas como Patria Roja, el Partido Socialista Revolucionario, el Partido Comunista del Perú, etc., la consideraban sino como símbolo central, por lo menos como a la que externalizaban ciertas adhesiones fundadas en la afinidad de la orientación política.

Nunca me impresionó ni me llamó la atención este símbolo que fuera universalizado por los soviéticos luego de la Revolución Rusa de 1917 y los comunistas chinos de Mao Tse-Tung (1949) entrado el siglo XX, pero es evidente que sea identificado con los sectores de izquierda o comunistas en diversas partes del mundo. Por tanto, no debería sorprendernos el detalle, hay que decirlo, bastante peculiar de Evo y que el Santo Padre recibió sin inmutarse en señal de tolerancia y pluralismo; además el sacerdote Espinal, que lo diseñó, fue un luchador social. Queda claro lo que ha querido transmitir legítimamente Morales, ¿o esperábamos que le hubiera obsequiado la figura tallada del Tío Sam? No seamos prejuiciosos con las ideologías.

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