La revolución en nuestra vida ha sido el acceso a la información. Hoy los ciudadanos de un país pueden acceder a casi cualquier cosa, desde los haberes públicos hasta la intimidad de las personas.

Esto por internet, los teléfonos, las cámaras fotográficas y las comunicaciones, así como por la transparencia en la ejecución de las distintas actividades de día a día. Hoy no es extraño pedir una declaración jurada de bienes y rentas, de tenencia de acciones, de no incompatibilidad en distintas actividades y hasta exámenes médicos de los más sofisticados para algunos empleos.

Pero aún existen algunas actividades importantes en las que la asimetría de información entre las personas y el mal uso de esta es indignante. Me refiero, por ejemplo a la asimetría entre médico y paciente. En el Perú, hay muchísimos peruanos estafados por sus médicos. Estos, en una actitud lumpenesca, engañan a sus pacientes mandándolos a hacer análisis de todo cuanto hay sin que el paciente tenga forma de saber si de verdad los necesita. Hay laboratorios que han crecido a partir de darle dinero a médicos para que receten análisis innecesarios a sus pacientes, a hacerse en sus laboratorios. Hay también médicos que les recetan a sus pacientes medicamentos de un fabricante. Hay farmacias donde aún hoy los dependientes le recomiendan comprar un medicamento “igualito” al recetado y que, obviamente, recibirán algo del fabricante.

El Estado debería garantizar que no nos estafen. Estos casos no son extraños en la industria médica y no se fiscalizan. ¿Son tantos los intereses que están en juego? ¿O será la información la que finalmente nos lleve a evitar que nos sigan estafando?