La promulgación de la ley para el levantamiento de la inmunidad parlamentaria, da cumplimiento a una promesa de campaña a la que se sumó la mayoría de actuales congresistas en una peligrosa carrera populista. Una medida que debilitará el accionar de los congresistas. Seguramente pasará la segunda votación y se consumará el cometido. Y la gente aplaudirá, convencidos que el Legislativo es fuente de todos los males del país, de toda la corrupción, de todo el despilfarro.

No es novedoso que el Congreso sea desprestigiado. Su exposición mediática ha acelerado en las últimas décadas ese desprestigio, con el telón de fondo de los avances tecnológicos y la urgencia de la noticia para la sobrevivencia de los medios. Sin embargo, el patrón es más antiguo. De hecho, desde que nació la república, los cambios constitucionales sucesivos han fortalecido el presidencialismo en detrimento del poder parlamentario. Síntoma de lo poco valorada que es la deliberación pública entre nosotros, en aras de privilegiar las salidas tipo “mano dura”. El Perú da la impresión que no avanza con el consenso, sino con la imposición. Los grandes cambios parecieran necesitar, entre nosotros, el toque de lo verticalista para que prosperen.

La prueba ácida para todo totalitario es su repulsión frente a los Parlamentos. Es como mostrarle la cruz a un vampiro de Transilvania. Por eso, los Congresos son el factor limitante del gobierno por excelencia, en una democracia liberal. El totalitario no quiere límites. Necesita no tenerlos para vivir, sobrevivir y crecer. De hecho, tarde o temprano los presidencialismos absolutistas se denigran, aún más, en el populismo. No importa que tengan fachada democrática e incluso origen en las urnas y apoyo en las calles, el resultado es el mismo, más temprano que tarde: populismo y arrasamiento de todo lo institucional. Si esto es parte de nuestro ADN socio-cultural, habrá que revisitar el modelo de democracia que mejor se nos adecúe.

Eugenio D´Medina postula al Congreso por la lista de Avanza País