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Y así nomás, en tiempo y forma, el Congreso aprobó las nuevas reformas extra referéndum que el Presidente les mandó a tramitar. Ni siquiera requirió de un premier que llevara el encargo y pidiera “amablemente” que le aprobaran “no una, ni dos, ni tres”, sino todas, y antes de Fiestas Patrias. De paso, los hizo cómplices. Así, quienes tendrían que morir de pie en defensa de esta Constitución y deberían “sentirla en la piel” se alinearon obedientes para “meterle la mano”. Seguramente los que tienen capturado a Vizcarra ahora irán por más cambios en la Constitución. ¿Seguirá el crucial capítulo económico? ¿Por qué no animarse si todos sabemos que están detrás de ese hueso desde hace veinte años?

La mayor enseñanza de todo ello es que la real reforma urgente que requiere la Constitución es que todo cambio a ella se tramite mediante una Asamblea Constituyente, con todos los gastos, discusiones y tiempos que eso supone. No se puede permitir que una patota de amigotes que se sienten “notables” o unos cuantos congresistas abroquelados en una Comisión de Constitución definan cambios a la norma fundamental del Perú, a la loca y en pocos días, bajo la presión de la turba o de algunos medios. Defender la Constitución es la piedra angular, la condición sine qua non, para construir todo el edificio de la institucionalidad que a gritos reclama el Perú.

Se habla de un nuevo intento de cerrar el Congreso. Incluso se dice que el Presidente tendría ese anuncio para el discurso del 28 de julio. Se ha convertido en el palo que, junto a la zanahoria, sirve para mantener a raya al conejo. Pero la verdad es que, en este punto, ya da igual. Todos sabemos que no importa el mamarracho que pida aprobar, porque igual será aprobado con alguna que otra “modificación” menor, para disimular en algo la obsecuencia. Hoy el Ejecutivo se apellida Vizcarra, el Legislativo se llama Tuesta y el Poder Judicial, Gorriti. A esto quedó reducida nuestra institucionalidad.

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