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Para qué hablar de Fidel, el hombre que congeló el tiempo en la isla, que aisló lo que ya estaba aislado, y que encantó a aquellos en tiempos en que solo los jóvenes eran capaces de soñar. Hoy, las cosas en ideología han cambiado tanto que somos los viejos -los que estamos más cerca del final que del comienzo- los únicos capaces de ilusionarnos con el futuro. Pero a Fidel le tocó tiempos de los jipis, de los muchachos bucólicos tragándose el cuento de cualquier loco mesiánico que ofrecía el paraíso en la Tierra. Miren cuánto dura el dibujo del Che en tatuajes y camisetas, a pesar de lo evidente, y a pesar de que muchos otros cuentos captaron a la juventud de entonces, como “Los niños de Dios” y otras sectas. Si más de medio siglo ha demorado este sistema, otro tanto deberá costarle habituarse a la libertad. Lo que le costó a Chile sacudirse del déspota que fue Pinochet o a los españoles de Franco. Miren que no es casualidad que Castro y Franco, siendo ideológicamente opuestos, se llevaran tan bien. Los tres eran hombres de armas, y como tales, sin fusiles no son nada. Para Cuba, un país y un pueblo que canta y baila con tanta hermosura, no será difícil encontrar el camino de libertad. La música cubana es de ritmo alegre y contagiante, pero contiene letras tristes, melancólicas. Soñaron con liberarse de Fulgencio Batista y los norteamericanos, pero se encontraron con un caudillo que no estuvo devolverles la libertad. Por eso es que los jóvenes de hoy se han curado en salud, no se atreven a soñar, viven el presente mediato, exageran en pragmatismo político. Dejan a los mayores preocupados por diseñar un futuro que ya no les corresponde, que ya no vivirán. Eso no está bien. 

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