La irrupción de la izquierda en América Latina parece haber sido tan impetuosa como decepcionante. Al menos esto pareciera estar sucediendo en el eje Pacífico sudamericano, donde Chile, Perú y Colombia erigieron gobiernos socialistas radicales, cargados de proclamas y consignas en tesitura clásica marxista leninista, no sin cierta sorpresa en vista que sus sociedades habían respondido particularmente bien a las recetas de la ortodoxia económica y que parecían encaminadas a un nivel de desarrollo por lo menos expectante para los próximos años. A ellos se podría sumar el caso de Honduras, en América Central, donde inauguraban un gobierno socialista de la mano de Xiomara Castro, la esposa del ex presidente “Mel” Zelaya, líder del Partido Libre.

Con matices propios de cada sociedad política, estos países dan cuenta un descontento acelerado, un desgaste a velocidad luz de los gobiernos de izquierda liderados en Sudamérica por Boric, Castillo y Petro. Un envejecimiento prematuro total, en suma, es lo que padece la izquierda latinoamericana. Regímenes que sí tienen en común haber sido objeto de durísimas críticas que ponen en tela de juicio, no ya sólo su ideología, ni la efectividad de sus políticas, sino inclusive, su propia capacidad para asumir las responsabilidades de gobierno.

En el caso particular de Boric y Castillo, tienen en común que la gente y la correlación de fuerzas políticas han frenado sus proyectos emblemáticos: el cambio de las constituciones de sus países. En tal contexto, cobra especial importancia la elección presidencial brasilera. Un triunfo de Lula les supondría un segundo aire para reimpulsar sus reformas. Pero una victoria de Bolsonaro les significaría un revés durísimo, pues el peso demográfico de Brasil llevaría a que la población latinoamericana se dividiera prácticamente por la mitad entre la izquierda y la derecha. Falta poco para saber si el péndulo será más largo o más corto esta vez.

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