Imagino que a estas alturas del partido, con todo lo que sucede en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Chile y Perú con las administraciones de Ollanta Humala y Susana Villarán, la izquierda local y regional ya habrá dejado de lado su discurso de creerse la plus ultra de la moralidad, la decencia y la lucha contra la corrupción, pues ha quedado claro que la corrupción alcanza a todos, incluso a quienes hicieron carrera promocionándose como la “reserva moral”.

Echemos un vistazo a los gobiernos “progres” de la región. Ahí está Venezuela con los millones heredados por las hijas de Hugo Chávez; a Brasil con el “patriarca” Lula a un paso de la cárcel por las corruptelas de Petrobras y “Lava Jato”; a Argentina con las cajas fuertes y bóvedas de los Kirchner, a lo que se suma el “suicidio” del fiscal Alberto Nisman; y ahora Chile, donde según la edición de la revista Veja que sale hoy, OAS financió la campaña de Michele Bachelet.

No olvidemos que hace dos años la presidenta Bachelet, que quiere cambiar la ya reformada Constitución de su país porque llevaba la firma del asesino y corrupto Augusto Pinochet, se vio inmersa en un escándalo por el accionar de su hijo Sebastián Dávalos, acusado de hacer un millonario negocio inmobiliario con dinero obtenido a través de un sospechoso préstamo que, junto a su esposa, gestionó personalmente ante Andrónico Luksic, dueño del Banco de Chile. Provecho.

Si aterrizamos en el Perú, tenemos al humalismo, que era el brazo extendido primero de Chávez y luego de Lula con sus amigos de Odebrecht, y su alianza con la izquierda, que hoy trata de pasar piola pese a las agendas con la letra no negada de Verónika Mendoza. Y no olvidemos a la administración edil de Susana Villarán, con su contrato del peaje del escándalo y la mano del asesor Luis Favre, a quien nadie sabe oficialmente quién le pagó por evitar la revocatoria de 2013.

Con estos antecedentes, queda claro que aquellos que se creían con superioridad moral para pontificar, dar lecciones, cuestionar y hasta pedir cárcel para los corruptos que no eran “compañeros de ruta”, han terminado en muchos casos siendo iguales o peores que los “enemigos”. Acá y afuera bien les vendría un mea culpa y aceptar que la corrupción no tiene bandera, pues la plata dudosa también les gusta a muchos de los que pregonan la “justicia social” y la “inclusión social”.

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