Durante las dos últimas décadas del siglo XX, Sendero y el MRTA bañaron al Perú en sangre con la excusa de la lucha armada. Con la del indio oprimido, asesinaron a campesinos, ciudadanos pobres, policías, militares y empresarios. El baño de sangre fue indiscriminado, siniestro y encarnizado.

En la lucha, el Estado peruano cometió excesos, y ciertamente algunos militares y policías, crímenes horrendos. Pero el Estado aprendió a defenderse dentro de la legalidad, y así pudo capturar y juzgar a la cúpula de Sendero y del MRTA.

Pacificado el país, la izquierda, esa prima hermana de SL y el MRTA, que fue incapaz de enfrentar al terrorismo, aupada al paniaguato primero, y con Toledo después, decidió reescribir la historia y poner en igualdad de condiciones a los terroristas y al Estado. Nos dijeron que el Estado cometió “violaciones sistemáticas de DD.HH.” y que “las Fuerzas Armadas eran terroristas”. Y los peruanos, hastiados de la década fujimorista y encandilados con la ola de crecimiento económico, se lo permitimos.

Hoy, el mundo desarrollado enfrenta al terrorismo. Uno creería que desde los ataques de Setiembre 11 hasta los atentados de Bélgica, pasando por Madrid y París, el resto del mundo se identificaría con el Perú. Y que los peruanos recordaríamos el pasado para tratar de construir un país mejor. Pero no. Porque en el Perú no existe cohesión social ni visión de país.

Hemos preferido olvidar la verdadera historia y creer la que construyó la izquierda. Que, para legitimarse, creó internacionalmente la imagen del Perú como una dictadura violadora de DD.HH. y, queriéndolo o no, le hizo un favor al terrorismo.

No nos hemos preocupado en enseñarles a los jóvenes lo que fue el terrorismo. Hemos permitido que crímenes como la muerte de Pedro Huilca, líder sindical cuyo asesinato fue reivindicado por Sendero, se los atribuyan a Fujimori y, por ende, al Estado. Como si con los crímenes cometidos durante su gobierno no tuviera suficiente. Hace unos días, en una marcha política, se atrevieron a decirnos que Tarata fue obra del Estado. Y nosotros, impávidos, lo permitimos.

Mientras tanto, Verónika lleva en su lista al Congreso a los que celebran la liberación de Peter Cárdenas, el amigo. Carlos Tapia, miembro de la CVR, sostiene que todos los terroristas pidieron perdón cuando la CVR los entrevistó. Y, por lo tanto, es momento del olvido y el perdón. Y es que cuando los crímenes vienen de la izquierda, parece que no lo fueran tanto.

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