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Dos congresistas originarios de la misma región, pero de actuación política antagónica, han sido los protagonistas de dos hechos que podrían configurar delito contra el pudor, uno, y de acoso sexual, el otro. Ambos actos repudiables, de comprobarse su comisión, más aún por tratarse de altos funcionarios de la Nación. No obstante, ya algunos políticos, secundados por medios afines, están pretendiendo manipular a la opinión pública para “condenar” irremediablemente a uno y “exculpar” al otro, no en base a las pruebas expuestas ni a los resultados de las investigaciones necesarias, sino por la agrupación política a la que representan.

En el primer caso, dado a conocer mediáticamente como la “mano zas”, que involucra a un congresista de FP, el cargamontón sobre el personaje fue (y sigue siendo) de tal magnitud, que ha implantado casi por unanimidad en la población una condena social, que facilitará, qué duda cabe, la condena judicial a la que se hará acreedor, a pesar de que los medios probatorios en su contra no cuentan con la contundencia que quisieran sus acusadores.

En el segundo, un diálogo (de varios) sostenido entre un congresista de AP -que ha construido su carrera exacerbando el antifujimorismo irracional- y una periodista cuya identidad ella optó por mantener en reserva, en el que se aprecian expresiones vertidas por aquel con alto grado de insinuación erótica, captado en el aplicativo telefónico WhatsApp, es la prueba palpable de una conducta repudiable y reprensible por donde se le mire.

Sin embargo, el argumento de defensa (entre varios) invocado por el imputado, de que lo que hay detrás de la denuncia es en realidad “una conspiración del fujiaprismo”, parece que ha sido suficiente para que escuchemos voces que buscan minimizar los hechos y, en el colmo de la audacia, pretender incluso responsabilizar a la periodista afectada por permitir el diálogo agraviante. El doble rasero de los antifujimoristas nuevamente en acción.