El gran cineasta Woody Allen lo describió a la perfección: “La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema”.

Por estos caminos filosóficos enredados anduvo hasta ahora Pedro Cateriano. Tal cual. Pero, oh sorpresa, ni bien se colocó el fajín de presidente del Consejo de Ministros, en reemplazo de la censurada Ana Jara, prometió no ser más el funcionario contestatario, irascible y renegón que conocemos para darle paso a un premier dialogante, tolerante y conciliador.

Los apristas y fujimoristas, constantes depositarios de las críticas compulsivas del exministro de Defensa, han lanzado una carcajada al viento poniendo en tela de juicio la metamorfosis casi kafkiana prometida.

Y es que, a decir verdad, resulta muy complicado ponerle fichas a la gestión de Cateriano como jefe del gabinete porque a ese “voy a tener que cambiar de estilo” le faltará tiempo para asentarse, y más si de por medio están los enemigos políticos que se ha ganado precisamente por su trajinar iracundo y su poca cautela para dar sus opiniones.

El gran termómetro de su temperamento como cabeza de los ministros, y de cuánta ascendencia logró en estos primeros días el “nuevo” Pedro Cateriano, será el Congreso de la República, que próximamente lo tendrá en el pleno para debatir el voto de confianza. El presidente Ollanta Humala no ha tenido mucha suerte con sus designaciones para el cargo y nada garantiza que esta vez sea distinto. Salvo un milagro (que existen).

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