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Al peruano promedio le repele la ley, no le sirve, le estorba. Y por eso suele sumergirse en la acuosa informalidad, nada en ella, se siente como pez en el agua. Acaba de ocurrir con el ómnibus de Fiori, como ocurrió tantas otras veces en el Perú. Y ocurre todo el tiempo, sin que casi nadie lo advierta, en las provincias del Perú, en la sierra sobre todo, en las minas que funcionan en la sombra.

Acaba de ocurrir recién en el cerro El Toro, en Huamachuco, en la provincia de Sánchez Carrión. Ocho trabajadores mineros inhalaron gases tóxicos en una de esas excavaciones donde no llega ni la Divina Providencia. Tres cuerpos fueron llevados a Trujillo para la necropsia correspondiente, los otros cinco cuerpos fueron llevados por sus familiares sin que se les haga el protocolo de ley. En silencio. Lloraron a sus muertos sin que nadie diga nada.

En el cerro El Toro la explotación del oro se da también de un modo legal, pero en medio de oscuras actividades. En esa zona, uno de los miembros del investigado clan Sánchez Paredes aparece vinculado a operaciones mineras formales a las que accedió luego de un financiamiento sospechoso, según un reportaje del portal de investigación Ojo Público. Y además están los otros: se estima que unos 8000 mineros ilegales desarrollan actividades.

No es la primera vez que personas pierden la vida en la zona. A fines de marzo, dos hermanos terminaron muertos, sepultados dentro de un socavón. Hacían trabajos de minería artesanal.

Y habría más casos. En Huamachuco, la tierra del ande liberteño donde nació Ciro Alegría, autor de El mundo es ancho y ajeno, se habla de muertos que son sacados de los oscuros socavones, sin identidad, sin que nadie lo sepa. Por todos esos muertos nadie reclama. Explotan el oro de manera ilegal e informal en la más absoluta impunidad. Esa es la minería que mata.