Los discursos del presidente Pedro Castillo se apoyan siempre en la monotonía de la victimización. El jefe de Estado intenta con frecuencia que sus quejas oculten la dura realidad que atraviesa el Gobierno por su ineptitud y sus presuntos vínculos con la corrupción. Por ejemplo, su último mensaje a la Nación se redujo a lamentarse por sus familiares y por una supuesta persecución, pero a su vez lanzó consignas contra la Fiscalía, el Congreso, el Poder Judicial y la prensa. Con total desprecio de la lógica y con clara tensión agitadora, dejó entrever que los corruptos son los otros y no él o su entorno, que accedió a obras por cientos de millones, según las investigaciones del Equipo Especial de Fiscales contra la Corrupción del Poder.

El mandatario no tuvo argumentos para responder a todas las imputaciones en su contra. Entonces acudió a la OEA para que lo defienda -ya no apeló al pueblo porque está totalmente desacreditado- y apostó por un discurso confrontacional contra los poderes del Estado, sin respetar su independencia como manda el estado de Derecho. Y luego de su talante rudo y de choque, Castillo terminó pidiendo unidad para superar la crisis a la que él nos ha conducido.

Solo quiere llevar a la sublimación un proceso de concertación cuando está con una metralleta en la mano, una clara incoherencia que nos obliga a pensar que algo no anda bien. Ya conocemos su falta de idoneidad para abordar los grandes problemas del país, pero este discurso tan contradictorio ya es alarmante.

TAGS RELACIONADOS