Cuando algunos pensaban que la salida de Artur Mas del gobierno regional de Cataluña podría contribuir a relanzar una nueva etapa con toda España, resulta que su sucesor, Carles Puigdemont, apareció con un tono más radical que el anterior. En su discurso de asunción del cargo, no solamente ha referido que el objetivo separatista se producirá de todas maneras, sino que le ha fijado plazo: 18 meses. La vocación secesionista de Puigdemont no se detendrá hasta ver consumada su compleja aspiración. Al inicio del siglo XIX, cuando advinieron las independencias de España, en gran parte de América uno de los principios que prevaleció a la hora de establecer los nuevos Estados fue la libre determinación de los pueblos; esta regla, que llegó bien en ese tiempo de colonialismos, pareciera que será defendida por los catalanes a como dé lugar; sin embargo, además de riesgoso, puede resultar una bomba de tiempo para la estabilidad de toda España, que en estos momentos de crisis debe mostrarse más unida que nunca. En efecto, la política y la economía españolas están pasando por un delicado momento en su historia reciente. Así, mientras se debate si debe o no iniciarse un juicio a la infanta Cristina y a su esposo Iñaki Urdangarín, Mariano Rajoy no puede resolver hasta ahora, luego de arduas negociaciones con los demás partidos políticos, el asunto de la jefatura del próximo gobierno, que busca a como dé lugar volver a presidir por cuatro años más. A mi juicio, una realidad separatista afectará a España, pero sobre todo a Cataluña. Ese no es el camino, pues los nacionalismos hoy tienden a ser más pétreos y soberanos a partir de la unidad nacional.