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La gestión de Pedro Pablo Kuczynski ha ingresado -hace ya buen rato- en lo que algunos estudiosos llaman “la política de hacer todo mal”. Se ha conformado con llegar al Gobierno a los 78 años y descuidado peligrosamente la gobernanza, que es la manera como se ejerce el poder.

Max Weber profesaba que el político tiene que “oponerse al mal con la fuerza, pues de lo contrario será responsable de su triunfo”. La traducción del pensamiento radical del sociólogo alemán, aplicada al accionar del mandatario peruano, sería que adolece de vocación de respuesta y capacidad de liderazgo para enfrentar sus limitaciones y las cortapisas que le pone la oposición fujimorista, con Keiko a la cabeza.

El censo que no fue censo (sino una imperdonable tomadura de pelo), la Reconstrucción con Cambios que no es reconstrucción por ningún lado (sino un colosal monumento al letargo funcional) y la amexicanada inseguridad ciudadana (que ahora pare hasta “gatas diabólicas” asesinas) son tres demostraciones de lo comprometido que está PPK con la política del resultado adverso y la mala onda.

Y lo peor es que el Presidente parece no advertir el peligro que se cierne sobre el Perú si continúa en ese estado de saladera y abandono gubernamental. Se va Pablo de la Flor y lo primero que hace es viajar a Piura, el epicentro de la desgracia por El Niño costero, a responder que “ladran, gritan, pero avanzamos”. Una catastrófica falta de tino en momentos en que más le conviene producir que hablar, sobre todo porque “la política de hacer todo mal” se huele aquí, acá, ahí, allí, allá, acullá, aquicito, allacito y ahicito.

Hoy más que nunca, ¡suba, suba, PPK!