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Los últimos reportes dan como vencedor indiscutible en las recientes elecciones presidenciales de República Dominicana al actual presidente, Danilo Medina, quien fuera elegido por primera vez en 2012. El actual mandatario llegó al poder con el Partido de la Liberación Dominicana y a estas alturas ya habría confirmado más del 60% de los votos escrutados, dejando en segundo lugar a Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno, que habría logrado alrededor del 35% de los votos en un país de más de 9 millones de habitantes. La ocasión de este virtual triunfo nos trae a la reflexión la actual política exterior de República Dominicana con relación a los migrantes principalmente de origen haitiano, el país vecino con el que comparten la misma isla, la antigua Española, como la denominó Cristóbal Colón cuando en su llegada a América fundó en ese suelo la primera ciudad del Nuevo Mundo. Una de las medidas más sonadas que adoptó el gobierno de Medina fue el Plan de Regularización de Extranjeros de la República Dominicana, que fue convertido en ley en 2013. Es verdad que hubo una gran polémica luego de que se diera una sentencia del Tribunal Constitucional en ese país, que para algunos países de la comunidad internacional, incluida la ONU, impactaba directamente en la población migrante haitiana, que llegaba al 87% del total de los que se encuentran en el país. Para diversos sectores, la medida constituía una seria amenaza a los miles de indocumentados de Haití, el país más pobre de América y considerado un Estado fallido, pues vulnerables podían ser objeto de deportaciones masivas y otros que se mantuvieran en el país quedarían en calidad de apátridas, es decir, sin patria. Este es un asunto muy complejo que el presidente debería atender con mayor detenimiento de confirmarse su reelección. Los dominicanos, amparados en el principio de soberanía que los asiste, tienen todo el derecho de mantener una política exterior sobre los migrantes, donde los haitianos, en su mayoría pobres -sostienen en Santo Domingo-, deben afrontar un serio proceso de adaptación en un país cercano pero distinto y distante.