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Teoría sobre el contagio de las conductas inmorales o incívicas, tiene su origen en un experimento que llevó a cabo un psicólogo de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo, en 1969. Instalando dos coches en dos zonas distintas de Nueva York, uno en el Bronx y el otro en un barrio rico en Palo Alto (California). Las conductas fueron diferentes en un principio, el coche del Bronx fue canibalizado rápidamente y el otro no; luego de unos días, adrede se le ocasionó daños, no tardó mucho en ser desmantelado como el coche del Bronx.

Este experimento es el que dio lugar a la teoría de las ventanas rotas, elaborada por James Wilson y George Kelling: si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas. ¿Por qué? Porque es divertido romper cristales, desde luego. Pero, sobre todo, porque la ventana rota envía un mensaje: aquí no hay nadie que cuide de esto.

En nuestro país vivimos el síndrome de las ventanas, con el tema de la corrupción. Históricamente, desde la época colonial hasta nuestros días hemos sufrido hechos de corrupción, lo cual ha pasado como un vidrio roto más.

No podemos ser permisivos con los delincuentes. No se puede, en nombre de la lucha contra la corrupción, perseguir a unos y ser permisivos con otros, como ocurre con las empresas corruptas Odebrecht y Graña y Montero, y sus accionistas que gozan de libertad y tienen sus bienes a buen recaudo.

Hoy un problema mayor acecha a nuestro país. Asistimos al deterioro sistemático de nuestro sistema democrático, en manos del principal funcionario de la patria, llamado a velar y hacer cumplir la Constitución y la ley.

El gobierno rompe las reglas de la democracia cuando confronta al Congreso, interviene en decisiones del Ministerio Público, cuando confabula con los que quebrantan la ley, cuando arma estrategias para suspender una licencia legalmente otorgada, cuando se pide adelanto de elecciones, no rompamos la democracia.

¡¡¡El Perú y la historia nos lo gratificarán!!!