El gobierno de los EE.UU. ha extendido la calificación de Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria”.

Por supuesto que Nicolás Maduro, el presidente bolivariano, ha levantado su voz, una vez más, lanzando improperios contra Washington y ha decidido por impulso como medida de respuesta y de protesta el retiro de su encargado de Negocios en la capital estadounidense. La prórroga de Barack Obama en realidad lo que está trasluciendo es que se trata de la posición indoblegable de EE.UU. de considerar al régimen chavista al margen del Estado de Derecho; es decir, un país donde las garantías no existen para nadie. Esta situación es una muy mala señal para el país cuyo régimen autoritario cada vez se va quedando más solo en la región.

Que Venezuela sea considerada una amenaza denota el alto desprestigio del gobierno chavista que no ha sido capaz de enrumbar el país y mucho menos de articular un mínimo relacionamiento con la primera potencia del planeta.

Esta persistencia estadounidense de la calificación de Venezuela, además, revela la imposibilidad en lo inmediato de componer relaciones políticas estructurales al más alto nivel entre los dos países. Eso está claro pues no hay química interestatal. Siendo una posición de Estado, será difícil que podamos ver a un futuro gobierno republicano o demócrata dando luz verde a una relación bilateral realmente aceptable. Para nadie es un secreto que Maduro, y antes Chávez, han tenido una posición áspera y frontal para con EE.UU. al que siempre han calificado de yanqui e imperialista, tal como lo hacían los regímenes comunistas en los años sesenta y setenta. Más pierde Caracas que Washington. ¿Alguien lo duda?.