La gente desconoce el enorme bien que una vida oculta puede hacer en tiempos de tiranía del pensamiento único. Hace poco vi la extraordinaria película de Terrence Malick “Vida Oculta” que narra la vida de Franz Jagerstatter, mártir y objetor de conciencia, quien se negó a prestar juramento al Estado nazi y a su régimen salvaje de terror totalitario.
Jagerstatter fue perseguido, encarcelado y guillotinado por un régimen de pensamiento único que no aceptaba ningún tipo de oposición. O jurabas lealtad a Hitler o eras liquidado. O aplaudías con la multitud o eras exterminado. Jaggerstatter, un granjero padre de cuatro hijos, se negó a jurar amparándose en la libertad de conciencia.
¿Si casi todos piensan de una forma eso transforma una mentira en la verdad? El totalitarismo nazi, ampliamente apoyado, como tantas tiranías a lo largo de la historia, derriba la idea de que lo mayoritariamente aceptado equivale a la verdad. La verdad es independiente del número de personas que la defienden.
La verdad es objetiva, no relativa. Por eso, la democracia basada en valores y el propio Estado de Derecho deben proteger la libertad de conciencia, la libertad de opinión, la libertad de cátedra, la libertad de pensar distinto, de creer en una opción política aunque esta sea minoritaria. Nadie puede perseguir a ninguna persona por su pensamiento, por su opinión, por su manera de interpretar la realidad.
Recordé claramente al mártir Jaggerstatter que nos dejó una lección de coraje, dignidad y consecuencia cuando un grupo de personas decidió amenazar a periodistas como Beto Ortiz y a la cadena Willax. ¡Cuántos crímenes se siguen cometiendo en nombre de la libertad!