La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura FAO publicó en 2018 el documento “Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional para América Latina y el Caribe”, que nos revela datos que no son positivos, pues el número de personas subalimentadas aumentó por tercer año consecutivo, llegando a 39,3 millones.

La prevalencia de la subalimentación corresponde a la estimación de la proporción de personas del total de la población que no cuenta con alimentos suficientes para satisfacer sus necesidades energéticas para llevar una vida sana y activa, durante el periodo de referencia de un año.

Hasta el 2018, la mayor cantidad de personas subalimentadas en América se encontraba en Sudamérica, con 21,4 millones en esta situación. Un caso particular es Venezuela, donde la prevalencia del hambre casi se ha triplicado entre el 2010-2012 (3,6%) y el 2015-2017 (11,7%).

Entre los años 2105 y 2017, el Perú contaba con un porcentaje de prevalencia de 8,8 % y un aproximado de 2,8 millones de personas subalimentadas.

A nivel global, cerca del 45% de las muertes infantiles tienen como causa subyacente la malnutrición, pues los niños son más propensos a sufrir afecciones comunes como la diarrea y la neumonía u otras enfermedades respiratorias, cuyas consecuencias aumentan la probabilidad de fallecimiento.

Son 19 de 31 países los que no cuentan con la disponibilidad para cumplir con los requerimientos mínimos de frutas y verduras. Solo Colombia, Perú y Suriname superan estos requerimientos por la cantidad y diversidad de nuestra riqueza natural. Por ello, se deben sustituir importaciones, fomentando la producción y el consumo de alimentos peruanos, generando empleo. La “nueva normalidad” debe tener en cuenta esta realidad, para que de forma gradual y con protocolos, se permita la reactivación de todos los sectores de actividades, hasta ahora excluidos entre la grande, mediana, pequeña y micro empresas, el comercio minorista, los profesionales independientes y los millones de trabajadores informales que viven de las ventas callejeras.

Triste ver agresiones contra gente que lucha por llevar un plato de comida a sus hogares. Esa “nueva normalidad”, no es aceptable.