El lenguaje comunicativo del presidente Pedro Castillo no es ni ha sido claro, menos convincente. Por ejemplo, durante la huelga de maestros en 2017, alguien le dijo: “¡Tírate!” y él, ni corto ni perezoso, se lanzó a la pista de la Av. Abancay con una dosis de histrionismo. Luego alegó que lo que escuchó fue “que me retire” para proteger su integridad, pero las imágenes no dejaron dudas. Hoy, como mandatario, ya no se lanza al piso y, más bien, son los periodistas quienes sufren las consecuencias de su tirria por la prensa a manos del séquito de agentes que lo cercan, mimetizados con el irrespeto a la libertad de expresión que también practican el premier Guido Bellido y el siempre iracundo congresista Guillermo Bermejo, ambos hijos putativos de Vladimir Cerrón.

Mario Vargas Llosa lo ha definido como “un profesor de segundo de primaria, que no tiene ideas y no sabe dónde está parado”; además, que “el triunfo de Castillo en el Perú es un desastre para mi país”. El tema, más allá del verbo del Nobel de Literatura, es que el presidente gusta convivir con los problemas (¿o lo hará adrede?) y cuando intenta desatar el nudo gordiano termina en enrevesados discursos populistas.

Otra prueba tangible de que el maestro chotano subyace ante los caprichos del dueño de Perú Libre, precisamente por su escasa comunicación en los adentros del Gabinete, es el chat de la bancada del lápiz revelado hace unos días, en el que se evidencia que Cerrón mueve la agenda legislativa para sus intereses, teniendo como pivot al mismo titular de la PCM. Y ahí corre harto cuchillo contra ministros y congresistas.

La pregunta del estribo es: ¿Cuándo se romperá esta olla de grillos?

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