El proceso electoral estadounidense atraviesa un prolongado periodo de polarización política. Es evidente la disputa entre ambos partidos para afirmar el progresismo o recuperar los valores tradicionales americanos. El atentado del pasado sábado 13 de julio arroja una sombra sobre la campaña presidencial, pues, ante la decepcionante actuación de Joe Biden en el debate frente a los reflejos de Donald Trump tras el intento de asesinato, con el brazo en alto, ensangrentado y delante de su bandera, pueden exacerbar las tensiones entre los demócratas.
A pesar de los estilos y circunstancias personales de ambos candidatos, notamos un palpable cansancio entre los estadounidenses respecto a las prioridades actuales del gobierno y su enfoque globalista, en contraste con aquéllos que abogan por el bienestar general que aspiran desde su preámbulo constitucional. En este sentido, parece que las preferencias electorales se orientan más hacia los principios fundacionales como la libertad, la justicia y el estilo de vida americano, que los perfiles individuales y opuestos de los candidatos que los representan. Una contienda que refleja, como una realidad innegable, la preocupante crisis de liderazgo político a nivel internacional.
El intento fallido de atentar contra Donald Trump podría significar un impulso decisivo a su campaña electoral, captando el apoyo de muchos indecisos con legítimas reservas. En los meses que quedan veremos cómo evolucionan los acontecimientos, las decisiones que tomen ambos partidos y la performance de sus candidatos. La política, como siempre, guarda sus propios misterios.