“Las emociones no hay que obviarlas, hay que verlas venir”. Esta frase de Pepe Demi Coach encierra una lección clave para quienes trabajamos en la gestión de riesgos y seguridad: ignorar las emociones puede llevar a desviaciones operacionales que comprometan la seguridad, la productividad y, en última instancia, la vida misma.
En sectores críticos como minería, electricidad o hidrocarburos, las emociones son un factor que a menudo pasa desapercibido. Sin embargo, emociones como el estrés, la frustración o la sobreconfianza pueden actuar como catalizadores de errores humanos. Si estas señales no son reconocidas a tiempo, pueden traducirse en distracciones, fallos en la comunicación o atajos peligrosos que violan los procedimientos establecidos.
Imaginemos a un operador que, bajo presión para cumplir con un cronograma apretado, decide saltarse pasos en un protocolo de seguridad. La emoción subyacente —estrés o temor a no cumplir con las expectativas— y es el verdadero origen de la desviación. Este tipo de situaciones no se resuelven con más controles, sino con una mejor gestión de las emociones y un liderazgo que las entienda.
“Ver venir” las emociones significa crear espacios seguros donde los trabajadores puedan expresar sus preocupaciones sin miedo a represalias. Además, implica capacitar a los equipos en inteligencia emocional y promover una cultura de confianza. Líderes y supervisores deben estar atentos a los cambios en el comportamiento del equipo, como signos de tensión o desmotivación, y abordarlos de manera proactiva.
En la prevención de riesgos, no solo trabajamos con máquinas y procedimientos, sino con personas. Reconocer y gestionar las emociones no es un lujo, es una necesidad. Porque si no las vemos venir, las emociones no gestionadas pueden convertirse en incidentes. Y en este campo, prevenir siempre será mejor que lamentar.