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Ha resultado lacerante la estampa del tirador Pancho Boza, medallista en los Juegos Olímpicos Los Ángeles 1984 y en los Panamericanos Toronto 2015, enmarrocado, cabizbajo y a merced de los jalones de los agentes que lo detuvieron en Miraflores.

Está en proceso de investigación si el también expresidente del Instituto Peruano del Deporte (IPD) incurrió en delito al relacionarse con Martín Belaunde Lossio y la empresa Antalsis y, de ser culpable, tendrá que ser castigado conforme a ley, pero nos parece que hubo una escasez de tino para llevar su caso, tanto del lado fiscal como del policial.

Muchas veces hemos sido testigos de los algodones con que se trata a peligrosos delincuentes y personajes corruptos; no obstante, a Francisco Boza, uno de los pocos medallistas olímpicos que tenemos, lo pasearon esposado, a paso ligero, sin la menor contemplación respecto de su imagen y la del deporte peruano (que suele ser convidado de piedra en las competencias internacionales). ¿Era necesaria esta exhibición? Insistimos: no estamos pidiendo que le perdonen la vida porque se trata de Boza, no; lo que sugerimos es que se apele a un grado de sensibilidad para plasmar cierto respeto por quien hizo vibrar de alegría al país con sus tiros ganadores. ¿Estamos pidiendo mucho? No lo creemos. En todo caso, ya lo dejaron libre y sin el ruido de su captura.

Por lo demás -y eso debe haberlo aprendido Boza- en el deporte también pululan los lobistas en busca de agua para su molino. 

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