La Guerra de las Malvinas enfrentó a Argentina contra Inglaterra en un conflicto donde se peleó por igual con misiles supersónicos y con cargas a la bayoneta. Los peruanos no fuimos ajenos al conflicto y hasta compramos parte del pleito.

Por: Gastón Gaviola ()

Dicen que algunos soldados fueron degollados luego de rendirse combatiendo en Puerto Darwin, o en la Batalla de la Pradera del Ganso. Que los ingleses clavaban sus bayonetas en los ojos de los heridos argentinos, por que los chalecos de los “argies” eran demasiado gruesos a causa del frío y los aceros no llegaban a herir la carne de los prisioneros. Que ametrallaban desde helicópteros, que les metían cohetes antitanque a los soldados, que los paracaidistas te cortaban las manos, que los gurkas se hacían collares con sus orejas y que nadie a fin de cuentas, iba a dar un centavo por las vidas de esos argentinos rendidos y derrotados.

a Guerra de Las Malvinas empezó el 2 de abril de 1982, con los argentinos desembarcando en las islas, que según la ONU estaban en litigio entre ellos y el Reino Unido. Y siempre me voy a acordar de la foto que acompaña estas líneas. Una foto que prácticamente es lo primero que te sale cuando en Google pones Malvinas Argentinas. Un comando anfibio argentino, el cabo Jacinto Eliseo Batista, escoltando nada menos que a un grupo de ingleses de los Royal Marines con las manos en alto y las armas rendidas.

Con cara ellos de no saber muy bien qué está pasando; si cuando los mandaron como guarnición a esta roca helada que más cerca a los pingüinos de la Antártida que al té de las cinco de Londres, nadie les dijo que esos sudacas se les iban a meter por el patio, desembarcándoles 800 infantes de Marina que los tomaron por sorpresa, y se llevaron la Union Jack británica para poner en su lugar la bandera argentina, con Port Stanley pasando a llamarse Puerto Argentino.

Claro que los súbditos del Reino Unido no se quedaron mirando. Y contra lo que muchos pensaron, atravesaron el planeta de polo a polo, se subieron a 108 barcos -portaaviones incluido- movilizaron más de 30 mil hombres y de un solo golpe le hicieron a los argentinos la mitad de sus bajas en el conflicto, cuando el 2 de mayo torpedearon al crucero Belgrano, que se hundió llevándose al fondo del mar helado a 323 argentinos. Justo un mes después del cabo Batista posando con sus prisioneros, con una puntualidad que solo podía ser inglesa.

Las Malvinas son Argentinas. En la ventana de mi cuarto, en Magdalena, tenía un sticker con la bandera albiceleste con ese lema. Mi madre lo había traído de Buenos Aires ese mismo otoño del 82 y lo pegó en la ventana, solidaria con la causa. Ella nos contaba cómo cuando tomaba un taxi, y le reconocían el acento peruano, los choferes no le querían cobrar la carrera; en los restaurantes los mozos le traían postres a cuenta de la casa y en el hotel la gente se le acercaba espontánea a estrecharle la mano, darle un abrazo. Peruana, los queremos, che. Muchas gracias, peruana.

Y es que para variar, el Perú se compró el pleito. El presidente Fernando Belaunde recibió al embajador argentino y a altos oficiales de sus fuerzas, que pedían todo: combustible, aviones, buques, municiones, misiles y cuánto pudiera salir de nuestros puertos y cuarteles. Estaban peleando con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, que no perdía las costumbres de fuerza imperial que los hizo dueños de medio mundo por varios siglos, y los latinoamericanos éramos hermanos, y teníamos que estar unidos frente al opresivo agresor, etcétera y más etcétera. En resumen, que les llenáramos de etcéteras todos los almacenes y contenedores que pudiéramos para hacer frente a la guerra en la que se habían metido.

De que el Perú colaboró, no queda un gramo de duda. Las leyendas urbanas hablan de la sesión incluso de nuestros modernísimos y recién comprados misiles franceses Exocet, con los que Argentina vengó la muerte de sus náufragos al hundir el HMS -Her Majesty Ship, es decir, el buque de Su Majestad- Sheffield, atacado dos días después del torpedeo. Un ataque que si hubiera sido inglés estaría en media docena de películas por lo avezado y valiente de los pilotos que volaron a ras de las olas.

Otras rumores -que no me toca decir hasta dónde son ciertos- hablan de compras secretas de armas a nombre de Perú para triangularlas a Argentina, o del vuelo de aviones peruanos que aterrizaban en pistas al otro lado de los Andes hasta con la bandera albiceleste pintada en los alerones, listos para entrar en combate, esquivando los radares chilenos que operaban en la costa del Pacífico Sur.

Y ya esa es otra historia. Cada vez que en Perú se toca el tema de Malvinas, saltan como un resorte dos cosas: el comportamiento de Chile con la región en general y con Argentina en particular -y de paso con Perú, con movimiento de tropas en la frontera de Tacna para tenernos “distraidos”- y la gratitud Argentina en la Guerra del Cenepa.

Estuve en 2010 en la llegada de Cristina Kirchner a Lima, en una “visita de desagravio”, en que la gobernante buscó dar satisfacciones por la escandalosa venta de armas a Ecuador, mientras nuestros soldados combatían en la frontera, en un conflicto además, en que Argentina era garante de la paz. Parecía genuinamente avergonzada por lo que había pasado en la guerra. En la suya y en la nuestra. Si hay algo que he visto que haga bajar los ojos a los argentinos, es que se les recuerde eso. Me preguntó qué le habría dicho el taxista a mi madre si se la volvía a encontrar otra vez en 1995.

Igual y a pesar de todo, el Perú siempre se va a sentir un poquito argentino. Lo vemos cada domingo, cuando juega el Barcelona. Sin rencores. Porque, claro, pones en un buscador Malvinas Perú y te sale La Cachina.