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El lunes último, el Perú asistió a una de esas maniobras que insultan la inteligencia, ofenden la integridad y amenazan la democracia. La invasión de la explanada del estadio Alianza Lima, premeditada hasta la saciedad, no pudo elegir un mejor momento para llevarse a cabo. Entre gallos y medianoche, cerca de 2 mil seguidores del movimiento Aposento Alto ingresaron a dicho espacio proclamándose legítimos dueños del territorio.

La manera en la que los vecinos de La Victoria e hinchas de Alianza Lima defendieron el estadio y rescataron algunos de los símbolos que en él habitan merece un espacio aparte. Se trata de una representación palpable de aquello que el fútbol es en su más pura esencia, la defensa de la pasión, de la tradición, de la propia identidad. Pero lo que sucedió ese lunes tiene un aspecto mucho más siniestro y lacerante.

Precisamente ese día, Keiko Fujimori acudía al Congreso de la República, citada por la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales por el caso del parlamentario de su partido Héctor Becerril y su aparente vínculo con los “CNMaudios”. Evidentemente, buena parte de la prensa de la capital se enfocó en la batalla campal que se producía en el estadio aliancista y la visita de Fujimori al Congreso recibía un mínimo de atención.

Esto no pasaría de ser una mera casualidad si es que el líder de Aposento Alto, Alberto Santana, no fuera tan cercano a Keiko. En 2016, durante la campaña presidencial, la entonces candidata firmó un compromiso con esta congregación, cuyo líder asegura que la homosexualidad es una aberración, además de haber sido denunciado hace poco por una mujer de haber sostenido con ella una relación extramarital. Santana y Keiko comparten también el hecho de estar siendo investigados por presunto lavado de activos.

Santana fue el promotor de la invasión a la explanada del estadio, basándose en documentos de dudosa procedencia. Tuvo la desfachatez, además, de decir que las paredes donde figuraban los escudos del equipo íntimo fueron pintadas de blanco “como símbolo de paz y amor”. Eligió el día preciso para llamar la atención.

Este tipo de casualidades no es novedad, las cortinas de humo son una marca de familia. Más allá de la indignación que todo el operativo puede haber causado, lo que debería preocuparnos es que alguien vea en todo esto un auténtica casualidad y no una torpe maniobra que busca subestimarnos como en años que fueron nefastos, pero que es imperdonable olvidar.

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