¿Y ahora qué hacemos? El problema es que ninguna de las dos opciones que irá a la segunda vuelta puede prometer un gobierno estable y democrático. Lo saben, su ideología no les ayuda a gobernar en democracia, necesitan mano dura, látigo de ronderos o el SIN de Montesinos, para poner orden.

Necesitan cerrar el TC, el Congreso, apoderarse del Poder Judicial, controlar los medios de comunicación, intervenir las industrias “estratégicas”. ¿Cómo vamos a poner de presidenta a una señora que en cualquier momento la meten a la cárcel? ¿Cómo vamos a poner al sindicalista que quiere indultar a Antauro, tanto como ella a Alberto? Dicen que lo que corresponde es suspender el juicio hasta que termine su mandato. Los peruanos (un 30%), sin quererlo, nos hemos puesto la soga al cuello eligiendo los extremos.

Pero, técnicamente, el 70 por ciento de los electores no ha votado por ambos y, en consecuencia, no tienen por qué sentirse representados por ellos. Ahora, en los días que nos esperan hasta la nueva votación, los veremos moderados, deslizándose hacia el centro, ahuyentando los miedos, borrando el pasado.

Mucho dependerá de quiénes sean los que se les acerquen como socios de una coalición pensada en los votos y no en su factibilidad futura. Será difícil que alguno de los dos pueda capitalizar el concepto del mal menor porque cada uno, en lo suyo, es el mal peor para sus oponentes ideológicos o partidarios.

Si el domingo fuimos a votar en busca de una solución política para nuestro futuro, hasta el momento, la estamos embarrando más… Casi no tenemos salida posible aquellos que no pertenecemos a ese 30% que los escogió. Las desventajas de los dispersos, de los desunidos, de los que buscaban el centro en varios lugares.