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He aprendido que lo que está en nuestro interior es lo que volcamos al exterior. Lo hacen las personas en sus vidas y lo hacen los pueblos; pero estos necesitan líderes que los transformen, antorchas que los iluminen con su fe y su perseverancia. Solo el tenaz espíritu de Churchill llevó a los ingleses a soportar y a vencer; solo el optimismo esperanzador de Roosevelt llevó a los Estados Unidos a superar su terrible crisis en los años 30.

El líder político tiene como misión ser un ejemplo, enseñar; pero también animar, despertar la conciencia de la fe absoluta en las posibilidades propias. Churchill, en medio de los bombardeos alemanes, colocaba ladrillos y cemento para reconstruir a una Londres agitada. Era uno con los suyos.

A nivel local, hacen falta nuevos líderes políticos que demuestren que todo es posible. Gente que, con su ejemplo, anime a un pueblo que no pierde la esperanza de iniciar un verdadero cambio.

Es verdad que los tiempos son difíciles, pero quienes entran en política deben ser un faro de esperanza, una fuente de fortaleza y de luz. Tienen que ser capaces de vencer las adversidades que se les presenten.

Un país se construye con sueños, con ilusiones, con emprendimientos y empecinamientos de quienes asumen un liderazgo político. Es hora de que la gente mejor preparada y más correcta participe. De lo contrario, las cosas difícilmente cambiarán.