Ayer, Lima cumplió 481 años de su fundación española. Francisco Pizarro fue su figura central en el acto de su creación (1535) y, llamada inicialmente Ciudad de los Reyes, fue el centro del poder de la Corona en el Nuevo Mundo, desplazando al Cusco, que lo había sido en la etapa precolombina. Si México fue la ciudad elegida por el norte, Lima lo fue por el sur del hemisferio. Tuvo todos los derechos y prebendas que otras notables y prósperas urbes peninsulares. Aquí fue fundada la Real y Pontificia Universidad de San Marcos de Lima (1551), la más antigua de América. En la región nadie osaba prescindir de visitarla y hasta lucir en gala por el emblemático Jirón de La Unión por donde andaban también las tapadas. Su primer alcalde, Nicolás de Ribera “El Viejo”, estuvo al frente del sillón municipal de la Ciudad Jardín hasta por cuatro veces. Sitiada por piratas y corsarios, fue amurallada y su población padeció grandes epidemias que amenazaron con arrasarla. En el barrio de Pachacamilla, en las afueras de la ciudad, cultivó fe y tradición la figura del Señor de los Milagros, pintada en un muro por un mulato angoleño. Soportó los violentos terremotos de 1655 y 1687 y, en el alba de la República, fue objeto de los separatismos gestados en el Convictorio de San Carlos. Invadida por los chilenos durante la guerra de 1879, sus jóvenes, mujeres y niños murieron defendiéndola en los campos de San Juan, Chorrillos y Miraflores. Leyendo las Tradiciones de Palma más se la quiere y hoy con 9.7 millones de habitantes (32% del total nacional), Lima quiere cuatro cosas: seguridad, orden, limpieza y sobre todo agua para un millón de personas que debe comprarla de camiones cisternas.