El martes último, un país paralizado, ansioso, pendiente del partido de fútbol entre las selecciones de Perú y Colombia. Ese mismo día, se lloraba a Fernando de Szyszlo tras una partida inesperada y dolorosa. Alguien con muy buena voluntad nos preguntó si esa tarde de fútbol premundialista, en la que todo el país estaría pendiente del encuentro por la televisión, alguna autoridad deportiva habría contemplado, antes del cotejo, un minuto de silencio en recuerdo y homenaje a uno de nuestros más importantes artistas plásticos y, además, un hombre comprometido con las libertades y la democracia. Pero pasó y nada. Escuchamos “Contigo Perú” mil veces, se escucharon las barras, se desbordó la fanfarria, salieron las selecciones hinchadas de orgullo, cantaron los himnos, dieron el pitazo inicial y nada. Un detalle para muchos anecdótico demuestra tristemente lo que muchos piensan sobre la cultura en el Perú: la sienten como algo accesorio, prescindible, que se puede obviar y que si hay que tomarlo en cuenta, solo es para la foto de ocasión. Este detalle mediante el cual se podría haber reconocido -en medio de una fiesta popular que apasiona sin distingos- a uno de nuestros máximos referentes de la cultura es el mismo desprecio que ya, en la cotidianidad, se tiene a hombres y a mujeres que se dedican, por el puro amor, a la música, pintura, baile, cine, teatro, literatura. Testigos somos, por ejemplo, de la realidad de muchos artistas que deben tocar puertas sin éxito para asistir a festivales representando al país y solo reciben los buenos deseos, pero nada más. También escuchamos las más disparatadas opiniones, y se busca “tres pies al gato”, cuando se anuncia que se aumentaría el presupuesto para apoyar al cine peruano, lo cual evidentemente tendrá que ser evaluado antes de recibir el respaldo; sin embargo, antes de... ya la descalifican. Cultura es la música popular que graban cientos de muchachos solos o con sus bandas, quienes deben además poner de la suya para grabar sus discos; aunque cuando van en busca de un auspicio de las empresas privadas, la respuesta es un apretón de manos y “te llamamos, nos nos llames”. Nos quedamos cortos; la lista es larga. Una sociedad como la nuestra, cada vez más violenta, puede empezar a cambiar a partir del encuentro de los jóvenes -y, por qué no, adultos- con la buena música, teatro, pintura, cine. El arte engrandece; te convierte en un ser humano, noble, crítico, sensible. Necesitamos peruanos así. Urgente.