Hace unos días me llego del extranjero esta reflexión: “…¿Cuál es la diferencia entre un ladrón ordinario y un ladrón político? El ladrón “ordinario” roba tu dinero, reloj, celular, etc. pero, el ladrón “político” roba tu futuro y bienestar. La parte divertida es que el ladrón ordinario elegirá a quién robar, pero tú, elegirás al ladrón político para que te robe. Lo más irónico es que la policía perseguirá y capturará al ladrón ordinario pero, cuidará y protegerá al ladrón político. Esa es la parodia y la ironía de nuestra sociedad actual y a pesar de ello, decimos ciegamente que ¡no somos ciegos! La parte lamentable de todo este problema es que luchamos contra el ladrón ordinario, pero peleamos entre nosotros, por el ladrón político…”. Cualquier parecido con nuestra propia realidad, no es en absoluto ninguna casualidad. Reflexionando sobre estos comentarios divertidos, irónicos y lamentables podemos llegar a la conclusión, en defensa cerrada de la buena política, que no es ésta la que hace que una persona se convierta en delincuente al llegar al poder, es nuestro voto el que lleva a los que delinquen a entrar a la política y asumir posiciones de poder. Quien es ladrón, lo es a margen de aquello a lo que se dedique o a su profesión. El poder no puede ser el que corrompa, pues es un arma valiosísima para aquellos con vocación de trabajar en representación de su nación y generar desarrollo y bienestar general. George Orwell decía que, el pueblo que elige a ladrones no es víctima, es cómplice y no le faltaba razón. Además, tenemos a la distinguida “cleptocracia”, que viene del griego “clepto” (robo) y “cracia” (poder), que grafica claramente las penurias de muchos gobiernos en el mundo. Según el diccionario de la Real Academia española, la cleptocracia es el sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos. Nuevamente, cualquier parecido con nuestra propia realidad, no es ninguna casualidad. Votemos, esta vez, con responsabilidad.