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Mirando el espejo de Brasil, donde la presidenta Dilma Rousseff ha sido suspendida del cargo, y de Argentina, donde la era kirchnerista culminó con la derrota electoral de Cristina Fernández por el derechista Mauricio Macri, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, siente que sin sus otrora aliadas en la región se va quedando solo y por ello, ante la posibilidad de la inminencia de su ocaso, ha salido al frente para denunciar planes golpistas y de invasión militar extranjera orquestados por EE.UU. y promovidos en Sudamérica por el expresidente de Colombia Álvaro Uribe. Maduro está desesperado. Es un gobernante que se ha dedicado a dictar medidas disparatadas que lo único que están provocando es un mayor hartazgo político-social para sacarlo del poder. Ya mismo, el proceso de revocatoria, vía referéndum, y que está en marcha, es una clara muestra de que la mayoría de sus compatriotas ya no lo quiere. Maduro lo sabe, pero se resiste a dejar el poder y por eso recurre a la técnica de la intimidación que a estas alturas del partido ya no producirá mayor efecto en una sociedad malherida por la crisis y decidida a expectorarlo valiéndose de los mecanismos de iure establecidos en la Constitución venezolana. Coadyuvará en lo anterior el evidente enfrentamiento de poderes en el país -gobierno chavista y Asamblea Nacional dominada por la oposición- que está creando las reales condiciones para la caída del presidente. De manera que el decreto de excepción y emergencia económica que acaba de dictar el dictador con suspensión de garantías constitucionales, en buen romance, la aplicación de la coerción (amenaza) y coacción (uso de la fuerza), no solo no va a durar mucho tiempo, sino que revertirá letalmente en su contra. Si el país termina ensangrentado será su exclusiva responsabilidad y en su momento tendrá que responder ante la justicia nacional o internacional por las consecuencias. Los militares, que no quieren terminar en la cárcel, lo saben, y por eso van surgiendo disidencias asolapadas. Maduro debe ser sensato, por lo menos una vez en su vida, de lo contrario su final puede ser fatal.