La tradición histórica del Parlamentarismo británico, la primera forma constitucional de gobierno, exige del monarca las virtudes morales de bondad, honradez y sinceridad principalmente; a diferencia del primer ministro que, como jefe de gobierno, debe destacar por su energía, sagacidad y competencia en el cargo. Si bien se tratan de atributos concurrentes y necesarios para el ejercicio de ambas investiduras, la Corona representa las fuerzas imponentes, las que permanecen en el tiempo, el gobierno lidera las eficientes para resolver los problemas; ambas confían una de la otra y ello sostiene un gobierno parlamentario. La irregularidad o carencia de alguna de las exigencias al primer ministro conducen a su renuncia o censura de la cámara. Los actos impropios de un Rey pueden conducir a su abdicación y alejamiento.

En el presidencialismo, el titular del Ejecutivo es jefe de Estado y gobierno, en otras palabras, personifica a la nación y dirige la política general del país. Al titular que cargue ambas jefaturas se le exige la debida ejemplaridad, el cuidado de su entorno profesional, dejar trabajar a su gabinete tomando distancia de los problemas políticos domésticos y sólo participar en la decisión final de cualquier política de gobierno. No resulta presidenciable defender una propuesta de solución a una obra pública, como si fuese el ministro del sector; viajar a una región para resolver, personalmente, un conflicto social; mantener y frecuentar fuera del íntimo círculo familiar un abanico de amistades más amplio, permanecer en sus grupos de redes sociales, cuando no se limita a recibir oficialmente a los jefes de estado extranjeros y altos funcionarios durante el tiempo que demande el protocolo, sino optar por una agenda abierta; por su alta investidura, todas ellas son algunas conductas que deben evitarse durante los años que dure el mandato presidencial.