¿Le importa a usted en alguna medida el señor Richard Swing? ¿Estaría usted dispuesto a dedicarle varias horas de atención de su día a las banalidades con las que diariamente nos bombardea la televisión y varios medios de comunicación?

Infiero que la respuesta sensata es NO. Sin embargo, hoy Richard Swing parece ser el problema más grande que enfrenta el Perú, como si no existieran siete millones de personas que viven debajo de la línea de pobreza, sin acceso a agua potable, a desagüe, desnutridos y sin acceso a una educación de calidad.

Como país estamos adormecidos ante el sufrimiento cotidiano que emerge de la falta de los derechos más básicos para cualquier ser humano. La pandemia quizás refrescó esa preocupación por el sufrimiento ajeno y por el bienestar de todos; hasta que nos acostumbramos a vivir con ella. Solo reaccionamos ante lo extraordinario -por más trivial que esto resulte-. El dolor que está en lo ordinario pasa desapercibido.

Y si eso suena demasiado general, pensemos en los miles de niños que mueren cada año por diarrea y neumonía -enfermedades totalmente prevenibles-. O en aquellos que nunca podrán alcanzar su potencial porque no pudieron ser bien alimentados en los primeros años de sus vidas, y además se formaron en un sistema educativo deficiente.

¿Qué tan seguido nos enfocamos en mirar más allá? Más allá de las riñas políticas, más allá de la pandemia, incluso. ¿Por qué parecen importarnos tan poco los dolores crónicos de nuestro país, y no pasa lo mismo con los Richard Swing y todo lo demás que ridículamente nos distrae de lo esencial?

Cuando acudamos a las urnas dentro de unos meses, estaremos definiendo los destinos de nuestro país por los siguientes 5 años. Pensemos bien en las condiciones que deben reunir nuestros líderes políticos y en la enorme responsabilidad que depositaremos en ellos. Puede ser la última oportunidad de salvar a nuestro país.