El viaje de Estado a Francia que realiza el presidente de Cuba, Raúl Castro, de arranque es diferente sustantivamente al que hizo recientemente el presidente de Irán, Hasán Rouhani, a la Ciudad Luz.El gobierno de La Habana sabe que su estado de cosas es mucho más crítico que el de Teherán si lo medimos por la capacidad de recursos naturales con que cuentan. Aunque es muy apreciable la caña de azúcar que produce la isla caribeña -con muchísima demanda al final del siglo XIX y gran parte del XX-, sin duda el petróleo iraní -el cuarto país productor en el planeta- es sumamente requerido por la comunidad internacional, más allá de la estrepitosa caída del denominado oro negro en los últimos días. En segundo lugar, el viaje del gobernante cubano lleva consigo todavía el tremendo peso del embargo económico que le aplicó arbitraria e injustamente EE.UU. hace más de 50 años. Ese no es un tema fácil. Seguramente será abordado luego de conocerse al próximo presidente de la superpotencia en las elecciones de noviembre. Esta carga económica que lleva a cuestas Cuba, le impide la movilidad necesaria para dar el salto cualitativo a su esperado despegue internacional. Esa no es la realidad de Irán. La delegación de Teherán hizo su gira europea luego de que le fueran levantadas las sanciones económicas, también por EE.UU., que frenaron su proceso de crecimiento y desarrollo en los últimos 10 años. El presidente Francois Hollande sabe de las condiciones en que llegaron a París sus visitantes. Sí resulta interesante que los dos países relieven a Francia en sus giras, uno de los Estados centrales del Viejo Continente y sumamente influyente en la Unión Europea.