Se han tirado de las trenzas a más no poder en la semana pasada, en que tuvo su clímax el tema de los homosexuales. Siempre será gratuito coger al cardenal de piñata. Siempre será casualidad este u otros temas recurrentes e insolubles, igual que ponerse a discutir sobre el aborto, sobre la pena de muerte, asuntos en los que nunca habrá consenso ni acuerdo, per secula seculorum. Y es que el tema no importa, lo que interesa es la discusión, ese debate apasionado que llena los espacios de los medios y las redes, en los que todos tenemos algo que decir, para que quede el menor lugar posible para otros asuntos. Dentro de poco podríamos tener encarcelados a tres expresidentes de la República más, situación en que a los asustados protagonistas les conviene río revuelto en la opinión pública, un petardo por aquí y otro por allí que les permita colarse en la fila de salida del aeropuerto. De ninguno de los tres nos va a sorprender las novedades que nos cuenten Odebrecht, Camargo Correa o todos quienes hayan hecho negocios con estos zamarros. Lo que ocurre es que desde ellos, en la punta de la pirámide, hasta la zona más baja, hay todo un ejército de personajes (periodistas incluidos) a los que les salpicará el descrédito, en el mejor de los casos. Y esos son los que van a meter bulla a rabiar, los que mientras puedan gritarán en las esquinas “Al ladrón, al ladrón”… Decepciona, avergüenza, desmoraliza, golpea a las instituciones, induce al cinismo a las nuevas generaciones, etc., pero finalmente todo esto es lo mejor que nos puede pasar. No podemos seguir maquillándonos por fuera cuando llevamos por dentro una política cancerosa. Nos va a doler, pero tengamos el coraje de sacarnos, de raíz, tanta porquería con la que nos estamos degradando.

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