Es un hecho que en las próximas semanas o meses el Perú será remecido por el escándalo de las coimas pagadas por constructoras brasileñas para ganar licitaciones. El verdadero terremoto vendrá cuando comiencen a aparecer los nombres de los hampones de cuello y corbata que desde el Estado recibieron su marmaja, tal como viene sucediendo en Colombia, donde un exviceministro de Transportes ha sido detenido, al igual que un exsenador.

En el caso del vecino país, el exviceministro arrestado, Gabriel García Morales, apenas sintió el frío de los grilletes en sus manos, ha admitido los cargos de cohecho, celebración indebida de contratos y enriquecimiento ilícito, con el propósito de reducir la dura condena que le espera por ladrón, una actitud de reconocimiento que ojalá también veamos por acá una vez que comiencen los arrestos de los implicados.

Es de esperarse que por el bien del Perú y para no entorpecer a la justicia, desde ese momento no tengamos a gente fugando del país, buscando embajadas para pedir asilo, internándose en clínicas por repentinos males cardiacos, afirmando que el dinero era un préstamo para comprar un camión destinado a regalar pescado o alegando una “persecución política” porque pueden ganar las elecciones de 2021 o porque se “tumbaron a la dictadura”.

Con este megaescándalo de corrupción, el Perú ha sufrido un duro golpe en todo sentido, y por eso ya no estamos para circos, shows ni abogados ganándose su plata con historias sobre la cuadratura del círculo a fin de salvar a su cliente embarrado hasta la cintura. El país tiene derecho a ser testigo de un Ministerio Público y un Poder Judicial efectivo y rápido, y para eso es necesaria la colaboración de los corruptos descubiertos con las manos en la masa.

Tengamos en cuenta que el caso de las constructoras brasileñas, como Odebrecht, Camargo Correa y otras, es uno de los pocos en los que el corruptor canta como canario y delata a los corruptos con pelos y señales, así que los sindicados tendrán poco margen de maniobra como para salirnos con historias alucinadas. La única salida, creo yo, es aceptar nomás que son unos sinvergüenzas y no hacer largo el camino hacia la condena que les llegará de todas maneras.

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