Los debates presidenciales televisados se iniciaron en los Estados Unidos de América. El primero fue entre John F Kennedy y Richard Nixon (26 de septiembre de 1960, a las 19:30 horas). Un formato que sirvió de modelo para otros debates en el mundo, incluso en los parlamentarismos; en España, un debate histórico fue entre Felipe González y José María Aznar (1996). Se trata de los programas de televisión más sintonizados y comentados, la versión estadounidense es la más importante del planeta. Sobre los contenidos, más significativo que confrontar las ideas de un plan de gobierno para resolver los problemas que aquejan a los ciudadanos, son las respuestas rápidas, irónicas, ridiculizar al rival político e incluso los golpes bajos entre candidatos, los que terminarán trascendiendo en los comentarios post debate e impresiones de analistas y comunicadores. Para la historia quedó el futuro de los protagonistas del primer debate, un presidente asesinado y otro obligado a renunciar.

En la actualidad, el primer encuentro entre Donald Trump y Joe Biden consistió en mutuas interrupciones e insultos entre ambos. Si en un país bipartidista ha sido difícil sacar algo en claro al final del choque entre candidatos, en el Perú será más difícil un debate con muchos aspirantes a la presidencia y con tiempo limitado, de dos a tres minutos, para explicar sus posturas sobre los temas que importan a todos. La segunda vuelta electoral será la ocasión para tener más orden de ideas con los dos finalistas de campaña, pero no parece ser el objetivo del formato televisivo. Los especialistas sostienen que existe una sintonía entre el fin (debate) y el medio (televisión), como son la imagen, el show y la venta publicitaria. Un tipo de programa que las modernas redes sociales y plataformas de pago todavía no pueden competir.

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