Los famosos actores cómicos Jack Lemmon y Walter Matthau, encarnaron a dos vecinos gruñones que vivían para fastidiarse mutuamente, en la película “Grumpy Old Men”, producida en 1993. La película fue un éxito, no solo por la calidad de sus actores sino, además, por la trama, que aprovechó para sacar partido de la irritación de dos hombres mayores, cascarrabias, frente a distintas situaciones de la vida. La suposición de que el mal humor es compañero de arrugas y canas tiene muchos adeptos.
Aníbal Torres, actual presidente del Consejo de ministros, que bordea los 80 años, nacido en Cajamarca, y forma parte de este gobierno desde que se inició, hace nueve meses, encarna en muchos aspectos, esta descripción. Los arranques de impaciencia, mal humor y exabruptos de este personaje, que han caracterizado su gestión pública desde el inicio, se vuelven cada vez más pronunciados y pareciera que conforme avanza el tiempo, va perdiendo el límite de cordura y buena educación. Algunas de las perlas más criticadas de sus arrebatos, oscilan entre frases desafortunadas desacreditando a nuestra PNP, llamando “muchachito tonto” a un periodista que lo incomodó, su ensayo de elogio a personajes como Hitler, causando estupor a nivel mundial y ofendiendo la memoria de millones de víctimas del holocausto que hicieron reaccionar a las Embajadas de Alemania e Israel en nuestro país, son solo algunos de sus desatinos públicos. Pero, la gota que derramó el vaso, recientemente, tuvo que ver con su evidente frustración ante las declaraciones del cardenal Pedro Barreto, luego de culminada su visita a Palacio de Gobierno, tildándolo de “miserable”, situación inadmisible que logro la reacción unánime no solo de la Conferencia Episcopal peruana sino de toda la comunidad, que está cansada de que con una mano se llame al dialogo y al consenso y con la otra, se promueva la desacreditación y el insulto, sin pudor. Aníbal Torres agrede, se arrepiente, pide disculpas, y sigue arremetiendo sin parar. Vive lo que pareciera un círculo vicioso y nefasto en su solitaria torre del poder.
El Perú está harto del doble discurso, de los dislates de este gobierno y de los desatinos de quienes ostentan cargos de poder. Está harto del discurso marxista de confrontación de clases, antediluviano y desfasado en el mundo, que lo único que logra es echar más gasolina al fuego en medio de una crisis política y social sin precedentes, acrecentada por la impericia, falta de liderazgo y rampante corrupción del gobierno nacional.