Casi como el Fredemo en los 90, la derecha peruana ha comenzado patas arriba la segunda vuelta electoral con una estrategia errada en la idea de querer advertir a los peruanos del abismo que no dudo, si acaso Pedro Castillo gana el 6 de junio. Primero, fue un periodista blanco, casi como un inquisidor peninsular del virreinato, esforzándose por destacar, antes que el pensamiento errado de Castillo, sus falencias sobre los tecnicismos de la economía, creyendo que todo candidato debe conocerlo con pericia, cuando a la gente no le interesa cuánto sabe -De Soto estaría disputando con Castillo-, sino cuánto dice a tono de impacto. Siguió la declaración de Mario Vargas Llosa, que flaco favor le hace al fujimorismo al aconsejar “votar por el mal menor”. La gente no ve al laureado novelista sino al candidato derrotado que desdeñó de su patria, y que ahora en su longevidad, cruzando la orilla de la amargura por el sueño frustrado, pide que voten por la hija. Álvaro, hijo del nobel, dedicado a emularlo y que no es referente de nada, también lo hizo. Espero que no salgan los empresarios ni los banqueros, porque seguirán cayendo en las redes de Castillo que, condenando la injusticia social de los ricos contra los pobres, vende al por mayor que gobernaron el país 200 años sin resultados. En adición, insistir en sacar irregularidades en la hoja de vida de Castillo, más bien es un plato servido para seguir victimizándose. Los pronunciamientos de diversos gremios civiles y castrenses y de grupos de derecha, aunque comprensibles por el asomo de la patria al filo del infierno, poco sumarán para convencer al importante sector de peruanos desencantados pues sus quejas recíprocas sobre el comunismo más parecen como leyéndose las cartas entre gitanos. En la preocupación de que Castillo gane, quieren copiar una fórmula de bonos de los empresarios ecuatorianos para sus trabajadores -dizque ayudó a la victoria de G. Lasso-, sin darse cuenta que Castillo le sacará provecho, proclamando un país fracturado, en que la derecha vuelve su mirada al pueblo solo por conveniencia. Para que el señor Pedro sea un castillo de naipes, hay que sentarlo junto a la señora Keiko, no en el banquillo de los acusados, sino de los examinados. Solo así el Perú abrirá los ojos y democráticamente será librado.

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