Este jueves se cumplen tres meses desde que Pedro Castillo asumió –jurando por los campesinos, los docentes, por los niños, y por una nueva Constitución– la Presidencia del Perú. Tres meses no es mucho tiempo, pero es suficiente para que un gobierno establezca sus prioridades frente a la opinión pública y empiece a trabajar en torno a ellas.

Sin embargo, el gobierno de Pedro Castillo ha sido incapaz de enmarcarse como uno que ve más allá de rencillas políticas. El país está, nuevamente, paralizado en un retrato que se limita a lo político: la fractura de Perú Libre, el papel de Vladimir Cerrón, la confrontación Ejecutivo-Legislativo, los ministros innombrables, y así sigue la lista.

Hasta ahora, este gobierno ha fallado en proyectarse como uno que trabaja por el pueblo –por aquellas personas cuyo nombre Castillo usó el 28 de julio– y se ha conformado con emanar una imagen únicamente política. El resultado de esto es una población que concibe al gobierno no como uno que hace política pública, sino como uno que se limita a hacer política.

Mientras tanto, los grandes signos de interrogación de este país siguen presentes, latiendo más fuerte que nunca.

¿Qué ha hecho este gobierno por los niños? ¿Por los campesinos? ¿Incluso por los docentes? Y más importante aún: ¿qué planea hacer?

El hecho es que, en tres meses, la percepción que este gobierno ha construido sobre sí mismo es una fundamentalmente política. Grave error para un gobierno que llegó al poder prometiendo trabajar por el pueblo. Ya sabemos cómo terminan los gobiernos que acaban demasiado involucrados en broncas políticas. Si el presidente Castillo se mantiene así, no llegará muy lejos.