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El papa Francisco acaba de cumplir 80 años de edad. Su pontificado comenzó hace casi 4 años y siendo “alérgico a las vacaciones” como él mismo bien dice, e irá hasta el final de su vida para la que aspira en el contexto de “una vejez tranquila” como acaba de evocar. Francisco, el Papa de las Américas, en poco tiempo está llevando adelante una verdadera revolución en la Iglesia, cuidando que el Magisterio y la Doctrina Social de la Iglesia se mantengan intactos conforme el Evangelio. Ha expuesto sin prejuicios el asunto de la homosexualidad, acabando la errada idea de que serlo es una circunstancia cuyo destino es el castigo eterno; le otorga a las mujeres un rol más activo en la Iglesia rompiendo su actitud históricamente patriarcal; por el corto tiempo de su pontificado no sobrepasa a los viajes de San Juan Pablo II -el Papa peregrino-, pero desde que asumió las riendas del Vaticano ha realizado 17 viajes transformadores por el mundo. Ha condenado el terrorismo internacional del Estado Islámico y ha llamado la atención de los países sobre la necesidad de atender a los migrantes y a los refugiados; se ha metido en los problemas entre Estados para encauzarlos teniendo el Vaticano un rol crucial en el restablecimiento de las relaciones entre EE.UU. y Cuba, y reconociéndole a Palestina su calidad estatal; no desmaya en los grandes cambios al interior de la propia Iglesia y lleva adelante sin inmutarse la reestructuración de la economía en la Santa Sede cerrando cuentas irregulares del banco del Vaticano y, finalmente, lo que constituye su mayor acción estratégica: no se detiene en la reforma de la pétrea Curia romana que desde que comenzó su pontificado le ha puesto piedras en el camino. Larga vida para Francisco.