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Mañana se cumplen 27 años de la captura de Abimael Guzmán y el inicio del fin -o casi- de su grupo terrorista. Sin embargo, queda mucho por hacer no solo para frenar los intentos de levantar cabeza de los brazos “políticos” de la banda, que siempre cuentan con el apoyo de tontos útiles, sino para acabar de una vez con esa otra facción “militarizada” a cargo de los hermanos Quispe Palomino, que opera en alianza con el narcotráfico en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem).

También queda mucho por hacer para reparar los daños ocasionados por los asesinos encabezados por Guzmán, que en los años 80 arrasaron con comunidades campesinas enteras en regiones como Ayacucho y Huancavelica. De igual forma hay que mirar a los asháninkas y machiguengas, en Junín y Cusco, que hasta hoy permanecen en el más grande atraso y en espera de que el Estado recuerde la inmensa deuda que existe con estos peruanos siempre olvidados.

No obviemos que muchos de ellos permanecen hasta hoy bajo el cautiverio de los brutales Quispe Palomino y sus columnas de narcoterroristas. Incluso existen decenas de menores de edad que son formados para luego ponerlos de “carne de cañón”. Para estas personas, el fin del terrorismo no ha llegado. Para ellos, el 12 de setiembre no es motivo de celebración, como lo es para la mayoría de peruanos, pues siguen viviendo bajo el accionar del terror.

Irónico que frente al apacible y hermoso mar de Lima tengamos un “lugar de la memoria” sobre la etapa de violencia iniciada por dos bandas terroristas igual de salvajes cuando todavía hay peruanos para los que el peligro que corren sus vidas no es una pieza de museo, sino una realidad muy vigente. Y acá incluyo también a los militares y policías que continúan combatiendo en el Vraem a las lacras que siguen atacando al Perú.

No se trata de ser aguafiestas. El país tiene mucho para celebrar mañana. Son 27 años de encierro para el asesino de Guzmán y su cúpula, que ojalá nunca vean la calle. Pero eso no debe llevar a que olvidemos a los que siguen bajo fuego senderista. Entre ellos tenemos a las comunidades nativas, y a nuestros soldados y policías. Para ellos, el terrorismo no ha terminado, y el Estado está en la obligación de hacer todo lo posible para que la paz sea disfrutada por todos.