Visitar Cuba es casi un estado de necesidad. Para seguir viendo cómo dejó Fidel Castro al país al momento de su muerte el 25 de noviembre de 2016, y desde luego para mirar el rostro del pueblo. A la Iglesia Católica siempre le ha llamado la atención llegar hasta la isla, hoy gobernada por Miguel Díaz-Canel, lugarteniente de Raúl Castro, el hermano menor de Fidel que asumió las riendas del país entrado el líder histórico a la inexorable longevidad.
Francisco ha sido el tercer Papa, en casi 20 años, que pudo llegar a Cuba en viaje pastoral (2015). Antes lo hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, en 1998 y 2012, respectivamente. Precisamente, el 25 de enero de 1998, como hoy, el pontífice Karol Wojtyla, después de permanecer por 5 días en la isla, partió de Cuba.
No se vaya a creer que los católicos sean la mayoría de los habitantes en el país que llega a los 11,3 millones. No son ni el 50% de la población dado el aumento del ateísmo y las santerías o creencias de raíces africanas. Desde que triunfó la Revolución castrista se hizo la vida imposible a la Iglesia y a su clero, y por ello muchos sacerdotes, principalmente misioneros extranjeros como los Padres Vicentinos que luego llegaron al Perú, fueron perseguidos y terminaron expulsados de la isla.
Era la época en que las parroquias fueron cerradas por la intolerancia y convertidas en auditorios para las reuniones de los camaradas victoriosos que habían hecho correr al corrupto dictador Fulgencio Batista. Así de áspera fue la relación Vaticano-Cuba; sin embargo, desde que el papa Juan Pablo II visitó La Habana, las cosas comenzaron a cambiar.
Ahora los tiempos son otros y el papa Francisco encontró el momento para promover el deshielo en la relación cubano-estadounidense sacando lustre a la reconocida histórica diplomacia vaticana. Mientras Francisco en los últimos tiempos ha venido intentado persuadir a las autoridades cubanas de que promuevan el ejercicio democrático y el respeto de los derechos humanos, los verdaderos signos del cambio en el país, me quedo con la frase del papa polaco pronunciada durante su viaje y ante un Fidel Castro vestido con terno para esa especial ocasión: “Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades y que el mundo se abra a Cuba”.