Desde hace un tiempo, hay una sensación general de que se está volviendo peligroso oponerse al gobierno. Quien ose levantar la cabeza, o la voz, se somete al escarnio social. En concordancia con lo anterior, se fortalece la percepción de que el Poder Judicial ha sido demasiado coincidente, por decir lo menos, con los intereses de quienes hoy se abroquelan alrededor del gobierno, pues es público y notorio que todos los opositores han terminado encausados judicialmente y algunos hasta encarcelados sin condena.

Ahora, los fiscales más representativos y mediáticos enfilaron contra periodistas críticos y que desentonan del corifeo general alineado con el régimen. Y empezaron por Jaime de Althaus, periodista disonante que últimamente se inclinó a defender causas políticamente incorrectas, lo que le llevó a perder su empleo en el mejor programa de entrevistas políticas de la televisión peruana por largos dieciocho años al no someterse a “la línea” de sus empleadores. Cometió el “pecado” de mostrar su desacuerdo con la disolución del Parlamento en una manifestación pública.

Para colmo, no gustó en círculos allegados al régimen que fuera incorporado al Consejo Consultivo de la Junta Nacional del Justicia. Muchos que lo critican no reparan en que además de ser un periodista de alta credibilidad, es un antropólogo de la Católica con maestría y también ha publicado libros sólidos en ciencias sociales y en editoriales de peso. ¿Quiénes lo critican y hasta ningunean tienen las mismas credenciales? Porque varios de ellos hablan con una autoridad intelectual que no se condice con credenciales concretas y tangibles en ese campo. Más allá de simpatías o antipatías, no es menor la voz levantada por este periodista. Ni menor la sobrerreacción de personajes que hoy gozan de inusitado poder y que claramente han dado muestras de que no saben controlarlo. Hoy es un periodista, un intelectual. ¿Mañana?

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