Hagamos una línea de tiempo de este quinquenio que, de seguro, será catalogado como nefasto en los anales de la historia, con la advertencia de que aún no finiquita y sabe Dios qué ocurrirá, de aquí al 28 de julio de 2021, cuando aterricemos en el ansiado Bicentenario de la Independencia y haya cambio de mandatario y de congresistas.

El 5 de junio de 2016, en balotaje, PPK vence por un puñado de votos a Keiko Fujimori. Sus vicepresidentes eran “Martincito” Vizcarra y “Mechita” Aráoz. Con la sangre en el ojo, la lideresa naranja demoró unos días para reconocer su derrota, y lo hizo flanqueada por toda su bancada. En la antesala, Pedro Spadaro había desnudado los apetitos de Fuerza Popular: “por lo menos, el Congreso ya sabemos de quién es”.

Aludía, de hecho, a las 73 curules que consiguieron y que, poco a poco, se fueron aminorando hasta quedar en 55 representantes. La bronca de Keiko con su hermano Kenji fue descarnada. Él la acusó de dejarlo solo en la lucha por sacar de la cárcel al patriarca y, acto seguido, vinieron los “mamanivideos”, que, de paso, trajeron consigo la suspensión de los “Avengers” y la inevitable renuncia de Kuczynski.

Vizcarra, ni corto ni perezoso, volvió de Canadá para ponerse la banda presidencial y su gestión no gustó desde el saque a Aráoz por el nombramiento de César Villanueva como Premier. “El vacador no puede ser primer ministro”, alegaba. Finalmente, Mercedes renunció. Disolución. Nuevos parlamentarios. Y apareció el aluvión de denuncias contra el ex gobernador de Moquegua. Dio pelea, no obstante, el antojadizo segundo pedido de vacancia ya estaba sancochado, ante las narices del TC. Lo demás es historia conocida.

Moraleja: En las elecciones 2021, además de lapicero, lleven un colador.