En octubre de 2012 entrevisté en Cochabamba al empresario boliviano Samuel Doria Medina, quien el 1 de noviembre de 1995 fue secuestrado en La Paz por un comando del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), el cual lo mantuvo cautivo y bajo constantes amenazas de muerte en una de sus llamadas “cárceles del pueblo” durante 45 días, hasta que su familia pagó 1 millón 400 mil dólares para que recupere su libertad.

El testimonio de Doria Medina quizá sea uno de los pocos que hoy puedan obtenerse de las víctimas de esta banda terrorista, pues otros de sus cautivos o murieron salvajemente en manos de sus captores, como Fernando Manrique, Pedro Miyasato y David Ballón; o fallecieron años después sin recuperarse de las heridas emocionales, como Héctor Delgado Parker y Héctor Jerí. Otros sobrevivientes de las andanzas del MRTA han preferido no hablar, lo cual se entiende.

En el relato de Doria Medina a Correo del 22 de octubre de 2012, se hace evidente la entraña criminal de esta banda terrorista, por más que el recientemente excarcelado cabecilla emerretista Peter Cárdenas Schulte, (a) “Alejandro”, haya dicho en una reciente entrevista, con el mayor desparpajo, que sus cautivos recibieron un trato digno y que salieron caminando, para luego quejarse, sin sangre en la cara, de las condiciones de su merecido encierro en la Base Naval del Callao.

El empresario recuerda cómo era amenazado con armas apuntándole a la cabeza y que cada vez que rezaba pensaba que podría ser la última vez que lo haría. También explica que la mala alimentación y el miedo a ser eliminado lo llevaron a perder 20 kilos en 45 días, para finalmente afirmar que los emerretistas son delincuentes que fueron capaces de secuestrar y matar por dinero, lo cual no tiene nada de idealista. “Son delincuentes y terroristas”, remató.

Por más que estos criminales -y los que salgan en los próximos meses y años- vengan ahora a presentarse con la máscara de idealistas arrepentidos, los peruanos jamás debemos olvidar el baño de sangre que desataron y que generó heridas que hasta hoy no logran ser sanadas. El terrorismo debe ser combatido desde todos sus frentes, y para eso es necesario recordar la brutalidad con que actuaron estos asesinos, que en cualquier otro país “civilizado” pudieron haber sido condenados a muerte.