GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

El encarcelamiento de Lula da Silva no puede ser visto como un consuelo de tontos por los peruanos. Ciertamente, la corrupción es un mal de muchos países, entre ellos Brasil, desde donde se diseminaron las coimas de OAS y Odebrecht, pero la desgracia o el infortunio de otros no nos hace mejores ni soluciona nuestros problemas.

Y lo resaltamos porque hemos escuchado voces irresponsables que alegan: “Ya ven, en todas partes se cuecen habas, no somos los únicos con presidentes corruptos; además, Lula salvó a Brasil”. ¿Qué cosa? ¡Válgame Dios! ¿Qué nos está pasando?

Con razón tenemos varios exmandatarios, hoy bajo sospecha fundada, que han querido repetir el plato en Palacio de Gobierno. Y de sobra sabemos que toda repetición es una ofensa. Después del caso “Lava Jato”, el espacio político para ellos debe ser nulo.

Lula está preso y bien preso que está. El Supremo Tribunal Federal lo mandó 12 años a una cárcel de 15 metros cuadrados y no hay vuelta que darle. Su arraigo popular no fue óbice para que la justicia lo sentencie por corrupción pasiva y lavado de dinero. Tomen nota fiscales y jueces nacionales.

Lo que pasa -y hay que admitirlo sin muchos tapujos- es que en el Perú todavía hay gente que comulga con las premisas “que robe, pero que haga obras” y “la plata llega sola” y, entonces, cuando ve a un Lula pasar a la sombra, se conmueve hasta las lágrimas porque lo consideran exagerado.

Que el “mal de muchos, consuelo de tontos” no cunda más entre nosotros, ya que la fortaleza mental de un pueblo también puede empujar a la cárcel a los corruptos.