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En América Latina, los gobiernos históricamente han tendido hacia la ideologización extrema y el caudillismo crónico. Lo anterior no es bueno, porque los pueblos viven de utopías que en definitiva han terminado haciendo mucho daño a los países en el devenir de su construcción como Estados-Nación. Me explico con un ejemplo reciente. En Argentina, el régimen de los Kirchner volvió al Estado a imagen y semejanza de su pensamiento. Los íconos de la vida nacional, que deberían alimentar el imaginario colectivo argentino de la idea de Patria y Estado, fueron reemplazados por los del gobernante de turno sin importar el concepto de heredad nacional. Eso sucedió en la Casa Rosada, sede del poder Ejecutivo argentino, donde en los últimos años han prevalecido con evidente notoriedad las figuras de personajes de la izquierda latinoamericana como Fidel Castro, el Che Guevara, Juan Domingo Perón, Salvador Allende e incluso el desaparecido Hugo Chávez, que si bien forman parte relevante de los procesos políticos en sus países, no contaron con la aprobación unánime en Argentina. Solamente por los mentados se percibe una visión unilateral que es ajena a la que debe prevalecer en un país siempre fundado en la pluralidad.

El presidente de Argentina, Mauricio Macri, con solo seis meses en el poder, es el primero en comprender que esa actitud monopolizadora y sesgada no corresponde a la acción de un Estado serio y por eso ha instruido su retiro inmediato del recinto palaciego. Tampoco las ha minimizado. No. Ahora serán mostradas en un lugar idóneo, como corresponde. La carga subjetiva de los gobernantes, entonces, debe ser dominada por la sensatez con prevalencia de la visión de Estado que nunca jamás deben ignorar.

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